Hernando De la Calle en la historia
Señor Director:
El tiempo transcurre velozmente llevándose en su recorrido los recuerdos de hechos importantes de nuestro quehacer cotidiano y de nombres de personajes, que en su momento sobresalieron por sus valiosas ejecutorias cívicas, científicas e intelectuales, para dar paso a las nuevas generaciones que llegan sedientas de figurar en los diferentes ámbitos de la vida comarcana o de la República.
Si no contáramos con abnegados investigadores de la historia, quienes rebujan sin cansancio los polvorientos archivos, amarillos, con olor a humedad, con frases ilegibles, que el investigador tiene que tratar de interpretar o dejar en blanco algunos renglones para conocer su contenido en otras fuentes e investigar con personas, que por su acumulación de años, tienen mucho que contar de sus antepasados y de muchos lugares, que han tenido que desaparecer, para que los amigos de la modernidad construyan altas edificaciones, que han dejado a nuestras ciudades y pueblos en medio de grandes moles de cemento, de arquitectura de mal gusto, en algunos casos.
Son admirables los municipios del norte y occidente de Caldas, así como los del Departamento de Antioquia, que han sabido valorar y conservar estas joyas históricas de la arquitectura paisa.
Manizales, aunque tarde, también entró a esa cultura y está protegiendo el centro histórico de las corrientes destructoras del patrimonio cultural.
La historia se va escribiendo diariamente y los historiadores se encargan de evitar que estos acontecimientos y sus protagonistas pasen al ostracismo.
El municipio de Manzanares, “Puerta de entrada al Oriente de Caldas”, no se ha escapado de esta arremetida contra el centro histórico y diariamente vemos con tristeza e impotencia, cómo se demuelen hermosas y emblemáticas construcciones.
Lo que no se olvidan, en este municipio, con enorme orgullo, son los nombres de personajes que han dado lustre a todas las manifestaciones de la cultura, que han transcendido las fronteras patrias.
Hoy recordamos al doctor Hernando De la Calle. Un intelectual que supo entregarse a cultivar su inigualable inteligencia, hasta el punto de llegar a vivir, sin proponérselo, como un monje de clausura, dedicado a leer y escribir, menos a la meditación religiosa, dedicando su tiempo a la academia.
Fue Manzanares su lugar de recogimiento espiritual y solo lo abandonaba cuando por razón de su importancia, tenía que trasladarse a Manizales, Bogotá o al exterior, para cumplir alguna misión importante, que el gobierno o el pueblo le imponían.
En 1938, ocupó la Rectoría del Instituto Universitario, cuando este cargo estaba reservado para personajes del más alto mundo de la intelectualidad caldense. Cuando regentaba esta importante institución educativa, escribió un artículo en lenguaje cervantino, que lo hizo objeto de burlas de algunos escritores de la época; hasta que apareció un mordaz y bien logrado artículo del destacado escritor Aquilino Villegas, en el cual llenó de elogios a De la Calle y dejó sin piso todos los argumentos de quienes se creyeron, que conocían más del lenguaje arcaico que el escritor de la provincia.
Fue Secretario de Gobierno de Caldas y ocupó el cargo de Gobernador, por encargo.
Ofició como Alcalde de Bogotá, por poco tiempo. Esta ciudad envió a Manzanares, con el historiador, Óscar Gaviria, una placa de reconocimiento a la labor cumplida por este caldense, en los pocos meses, que estuvo, frente a este cargo. Conocí esta placa, que fue fijada a la entrada de la Alcaldía de Manzanares, hoy no se sabe dónde se encuentra.
Como concejal de su pueblo, primero y como diputado a la Asamblea, después, fue una luz que iluminó estos recintos con su clara inteligencia, con sus grandes dotes oratorios y con la claridad en sus planteamientos.
En uno de sus viajes a España, llegó a Manzanares, luciendo una capa castellana de color negro y rojo en su interior, que abrochaba con un grueso y lujoso gancho de fina plata. Sus gafas doradas, de las que pendía una cadena dorada que llegaba hasta el bolsillo interno del lado derecho de su saco, que llevaba en su extremo un reloj, igualmente dorado. Era hombre de impecable vestir.
En las horas nocturnas, salía con sus amigos a caminar por la calle real, de extremo a extremo, hasta las nueve de la noche, hora en que sus amigos lo acompañaban hasta el portón de su casa paterna.
Las horas diurnas, las aprovechaba para escribir, para periódicos y revistas y para realizar importantes tertulias literarias, con sus amigos intelectuales, que eran muchos.
Al morir en 1942, dejó inconclusa su novela Mi amiga Conchita. No dejó libros porque el tiempo lo dedicó a redactar editoriales y columnas de diferentes periódicos y revistas de carácter literario y político.
Su valiosa vida fue corta, debido a una enfermedad respiratoria, que lo acompañó durante su existencia, y que lo llevó tempranamente a la tumba.
Dejó una hija, que aún vive en la ciudad de Bogotá, de nombre Merceditas De la Calle Rocha, casada con el general Luis González Aristizábal, ya fallecido.
Sus padres fueron don Alberto De la Calle, y doña Natalia Gómez Villegas. Don Alberto fue maestro de escuela, y alcalde de Manzanares. Se caracterizó por el amor a la cultura en sus diferentes expresiones; de temperamento rebelde, no comulgaba con muchas de las costumbres de la sociedad.
El doctor Humberto De la Calle Lombana, heredó de su tío Hernando su inteligencia, su honestidad, las dotes oratorias, la facilidad de expresión, siendo rico en terminología en sus intervenciones orales o en sus escritos, y admirable espíritu conciliador.
Fabio Ramírez Ramírez
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