Un viejo y bizarro ectoplasma recorre los ilustres arrabales de la política italiana, mientras amenaza con defenestrar a todas las sanguijuelas que medran en las filas de la partidocracia. Pero esta aparición, no es una nueva resurrección, del partido rojo-colonial de Togliatti, o de la persecución gobettiana de una alternativa portátil a la solemnidad dominical heredada del Risorgimento, ni mucho menos, una visita de ultratumba de una banda de galleanistas dispuestos a saldar cuentas pendientes. Lo que tiene inquietos a aquellos que brillan con el oropel de la moderación, es la más reciente versión del misterio bufo. O en otras palabras, el regreso al primer plano de la experiencia regular, del ala más radical de la juglaría popular, personificada por Beppe Grillo y el Movimiento cinco estrellas (M5S).
No es que el juglar estuviera ausente de la experiencia cotidiana del habitante del mundo itálico. En el tipo de teatro que practica Darío Fo (quien a su vez ve a Grillo como un personaje fugado de una de sus obras), en las oportunidades que la sátira se filtra en los grandes medios o en la befa de sobremesa de un amigo melancólico, las posibilidades devastadoras de una carcajada lúcida permanecen intactas a la hora de construir, así sea temporalmente, un mundo donde la dignidad no es un accesorio de moda de la temporada de otoño-invierno nuclear. Sin embargo, la novedad, consiste en devolverle a la comunión entre el juglar y su público, el potencial para enjuiciar a los detentadores ocasionales del poder, no solo de una manera retórica, sino como un ejercicio de presión y control que evoca las sombras de la economía moral del medievo. Un salto hasta los mecanismos de participación popular de algunas de las ciudades italianas del siglo XII. En las cuales, durante un manojo de días de diciembre, el pueblo se disfrazaba y organizaba una suerte de juicio/carnaval, que en medio de la música y la algarabía, se elaboraban acusaciones reales a los principales del lugar, para luego lanzar a pucheros con falso aceite hirviendo, a figuras que representaban a esos señores. El evento se conocía como bufonada y concluía con una asamblea, en la que el líder de los juglares se investía con las ropas del obispo y desde el púlpito, desnudaba, en tono de llameante parodia, los intereses ocultos de los discursos de poder.
Por supuesto, este retorno a la democracia medieval, se ha hecho por medio de los límites de la tecnología vigente. Su principal catalizador, Beppe Grillo, llevó su bombástica integridad, de una carrera como capocómico televisivo, a una combinación de colosales presentaciones públicas, con un permanente compromiso como panfletario digital, en un blog capaz de interpretar y conectarse con el hartazgo popular por los gases deletéreos emanados de las prácticas diarias de Montecitorio y que logran que el Vaticano tenga el aroma de una cleptocacia decente.
Pero es hasta 2007, cuando Grillo convoca el Vaffanculo-Day, un día de protestas pacíficas contra la adicción a los superlativos que padece la casta política, que en las plazas públicas reaparece el espíritu de la bufonada. Con una diferencia fundamental. La nueva bufonada, no esta constreñida por las formas catárticas de su par medieval. Las cuales, si parecen operar en la mayoría de los grandes medios, que han pasado tanto tiempo en la atalaya de la producción de opinión pública, que el alcance de su vista se ha encogido hasta que sus ojos no tienen otra opción que mirar hacia adentro de la cabeza que los acoge. Algunos llaman a este fenómeno mesura y son los mismos que han desatado una tormenta de denuestos contra Grillo y sus seguidores (también conocidos como los grillinos), cuando estos decidieron articularse como un movimiento político, bajo la denominación del Movimiento Cinco Estrellas.
Pronto, el descontento de la bufonada se canalizó, por medio del M5S, en un programa electoral construido a partir del diálogo permanente y uso intensivo de las herramientas digitales. Aunque la mira del M5S apunta especialmente a encontrar una manera pacífica para librar a Italia de su casta política y al mismo tiempo poner el parlamento al servicio de los ciudadanos, el programa del movimiento incluye sencillas reflexiones sobre múltiples aspectos de la vida social (aunque con una difícil congruencia las unas con las otras), en la que se destacan las detalladas propuestas sobre el ahorro de energía y el rescate de la libertad de información de las relaciones inadecuadas con toda clase de proxenetas, incluido aquel que de vez en cuando juega al papel de primer ministro.
El éxito no tardó en llegar en la forma de un motín electoral, cuando en los comicios generales de febrero pasado, el M5S se quedó con el 25% de los votos (muy cerca del 29,5% del Bene Comune de Bersani, el 29,1% de la centro derecha de Berlusconi y muy por encima del 10,5% de la lista de Mario Rigor Monti y sus esbirros virreinales) y una posición política envidiable en comparación con los demás movimientos de indignación ciudadana. Claro que, el espumeante resultado no puede ocultar las dificultades derivadas de intentar reformar desde su interior a un sistema político diagramado para que su acción y reproducción este sincopada a los gemidos sexuales de un puñado de funcionarios, mientras al resto de la población se le aconseja unirse a un coro de castrati. Si además, se añade la naturaleza casi colonial que implica la posición italiana dentro de la actual eurocracia, la capacidad del parlamento, bajo sus condiciones usuales de funcionamiento, para engendrar algún cambio estructural a lo sumo alcanzara para obligar a Berlusconi a que le baje un poco el volumen a la música de sus fiestas.
Consecuentemente, la izquierda (que en sus sectores adeptos al parlamentarismo intentó crear su propia coalición contra la corrupción y los recortes sociales, bajo la marca de Rivoluzione Civile, con un magro 2,2% de los votos) ha calificado al M5S como un intento de mercadotecnia digital, diseñado por Grillo y su opaco socio, el gurú de la informática Gianroberto Casaleggio, para contener la insatisfacción popular y neutralizarla dentro de los confiables y estériles procedimientos de la democracia representativa. Además, se culpa al M5S de su incapacidad para resolver de una manera democrática, los amagos de disidencia en su interior. Lo cierto es que el M5S no ha inspirado a sus miles de goliardos a ocupar fábricas, saquear supermercados o a rescatar iglesias y academias de su presente condición como únicos lupanares inmorales. En todo caso, más que una revolución, de esas que aman los vendedores de anacronismos, lo que parece ocultarse en la retumbante sobriedad de las propuestas del M5S es una reverdeciente forma de control social, y simultáneamente, una revuelta electoral, en tono de bufa, contra el creciente desequilibrio entre una agenda socialdemócrata de derechos y una economía al servicio de los compinches de turno y de los agiotistas internacionales. Ambos, elementos que a pesar de su incompatibilidad, son centrales en la definición del contrato social europeo y que figuran para los ciudadanos en el arsenal de lo consuetudinario.
Pero como quiera que sea, el M5S, puede transformarse en una herramienta colectiva para construir una alternativa italiana al consenso social-neoliberal europeo, si lleva al extremo su promesa de campaña de no negociar con los partidos cómplices de la actual decadencia. Por el momento, los grillinos, se han negado a formar una coalición de gobierno con Bersani y han declarado la disposición de apoyar cualquier proyecto de ley cercano a su programa. En vez de permanecer congelado como los grandes partidos ante el ídolo de la coalición imposible, el M5S, podría presionar por todos los medios pacíficos y burlescos que su imaginación encuentre para sabotear cualquier deliberación encaminada a justificar los recortes sociales y no encarar una reforma política de fondo. Subrayar el ludo del ludismo parlamentario, como una estrategia para que el parlamento se haga responsable del mandato ciudadano del que ha emanado y supere su inclinación a convertirse en un simple apéndice del ejecutivo y de la Comisión Europea.
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