El 26 de enero de 1993 se exilió en Canadá con sus dos hijas Eva y Candi. Unos días después, el 3 de febrero, su hermano gemelo también se exilió en España. Adolfo Payés es salvadoreño y sobrevivió a la tortura física y psicológica. Estuvo en prisión tres años y medio a causa de su pertenencia al movimiento estudiantil cuando estudiaba sociología de la Universidad de El Salvador (UES).
“Los movimientos estudiantiles exigíamos un presupuesto justo para la comunidad universitaria, por parte del Estado –recuerda Adolfo- era una demanda permanente para esa década, como en las anteriores. Fui participando en los movimientos estudiantiles, pero el Estado consideraba que era un movimiento para reclutar a nuevos miembros de los movimientos guerrilleros de la época”.
Como estudiante de sociología, no era indiferente ante las demandas de su universidad y de justicia y democracia para su país. Adolfo soportó una semana sin comida, sin agua, sin dormir y bajo amenaza de muerte constante. Asfixia, choques eléctricos y golpes tras agresiones verbales lo dejaban extenuado, casi moribundo. Al regresar a su celda tomaba agua del sanitario, con sabor a orina y a excremento.
Fue ese líquido nauseabundo, el que le permitió soportar el desgaste físico de la tortura que sufrió semidesnudo, esposado y con los ojos vendados. “Las torturas, podría decir que las superé los días siguientes a mi cautiverio. Pero la experiencia que tuve en las cárceles me marcó mucho más que las torturas físicas”, afirma.
En los años 80 en El Salvador, años de guerra, era delito pertenecer al movimiento estudiantil. A los prisioneros políticos los encerraban junto a las personas privadas de la libertad por delitos comunes. En prisión, las 24 horas del día transcurrían en medio de una tensión psicológica, por miedo a la muerte, y entre acciones represivas de mafias carcelarias que vendían drogas. Los asesinatos en las celdas vuelven a su vida en forma de pesadillas.
Adolfo también recuerda su pertenencia al Comité de Presos Políticos del Salvador (Coppes) en el cual conoció a prisioneros políticos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Desde su exilio ha regresado dos veces a El Salvador donde aún tiene familia. “El Salvador es la esencia de mi existencia, significa todo, pero desde mi exilio me identifico con toda América latina”, dice.
Exiliarse le salvó la vida. Recién llegado a Canadá se enteró del asesinato de estudiantes y militantes de izquierda después de firmados los “Acuerdos de Paz”.
A Adolfo le gustó pintar y dibujar desde muy pequeño. En prisión pintaba y esculpía cristos, en su cruz, en miniatura. “En prisión comprendí a mi padre quien fue un escultor y pintor, de renombre nacional”. Tenía cinco años cuando él falleció, pero recuerda el olor de la madera, el olor a escultura. Su padre, Joaquín Aguilar Guzmán, fue un escultor reconocido en El Salvador.
La escultura y la pintura de Adolfo están comprometidas con la realidad social, el hombre, la mujer, los trabajadores de América Latina son protagonistas de su obra, que contiene un mensaje esperanzador, de amor y paz. Estudió artes visuales en la Universidad de Quebec. Ha expuesto en Canadá, España, Francia y Venezuela. Sobrevive del arte, como él dice. Da la vida por el arte y la poesía.
“La memoria hay que preservarla. Sin memoria no hay justicia y con la pintura me permito aportar ese elemento histórico. He pintado algún cuadro sobre las torturas, ayuda mucho, pero he pintado muchos más cuadros llenos de vida, de amor, de ternura y entrega a la vida. Me gustan los colores vivos, los que te den esa sensación de amar, de alegría, llenos de esperanza y vida mucha vida”.
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