Andrés Rodelo
Muy bien. Me meto en camisa de once varas, a juzgar por los delirios de verdad revelada con los que muchos hablan de La La Land. No recuerdo una película cuya recepción provocara más contrastes que el tercer largometraje de Damien Chazelle (Whiplash), candidata a 14 premios Óscar.
Por una parte la tildan de cursi, narrativamente simple, bocanada de inspiración barata, insulsa comparada con el resto de películas nominadas. Por la otra (en la que me incluyo, aclarando que comparto reparos de sus detractores) hablan de subversión musical, sólido despliegue de formas y encanto, arrojo técnico desatado y en armonía (gran parte del tiempo, luego deviene en pirotecnia desarticulada) con los demás elementos del conjunto.
Esto sin perder de vista las opiniones intermedias, con mucho por resaltar y cuestionar. No estamos ante una película perfecta y en eso coincidimos ambas partes. Sin embargo, los desaciertos no inclinan la balanza en su contra. Ya, digámoslo claro, está muy lejos de ser el bodrio que muchos aseguran. Esto es lo que creo.
Historia simple
De acuerdo: La La Land no plantea nada nuevo. Para no ir muy lejos, en el mismo género musical se encuentran reminiscencias de esta película estelarizada por Ryan Gosling y Emma Stone. Por ejemplo, Nace una Estrella (1954), en la que una relación amorosa se va a pique por la fama exorbitante de una actriz, Vicki Lester (Judy Garland), inversamente proporcional a la de su marido, Normal Maine (James Mason), también intérprete.
Es más: el final que algunos tachan de muy original (fórmula, aunque poco empleada), con el encuentro de los protagonistas en el club de jazz y sus rumbos profesionales zanjando cualquier oportunidad de estar juntos, debe ponderarse con Esplendor en la hierba (1961), la cinta de Elia Kazan cuya resolución también opta por esta amarga deriva, con los protagonistas resignados y afligidos ante los vaivenes del destino, provocados naturalmente por el calado de sus decisiones.
Sin embargo, quienes tanto la critican por su tendencia a reciclar esquemas (con mucho de homenaje de por medio), ¿se fijaron en la manera como se presentan?, ¿tomaron en consideración la apropiación que hace la película de estos y hacia dónde los lleva? Ciudadano Kane (1941), por ejemplo, también fue acusada de poco original en su momento al jugársela por una trama abordada con anterioridad. No obstante, les recuerdo que el lugar que ocupa en el olimpo de la historia del cine no obedece al qué de la historia, sino a la ejecución, al cómo.
El crítico Juan Carlos González lo explica mejor que yo: “Sin embargo, es esa misma amalgama de elementos prestados los que hacen grande a Kane. En la alquimia que Welles hace con ellos está el secreto del poder de la película”1.
Y aquí, precisamente, es donde La La Land me conquista: torbellino de formas, ejercicio de estilo exuberante, movimientos de cámara que suben y bajan frenéticamente trazando recorridos “imposibles” con steadycam y que dan vueltas embriagantes al ritmo de la música, los colores y el baile. Secuencias que te dejan al borde del asiento, encandilado por las chispas y la apuesta estética. Experiencia que solo puede entenderse en términos cinematográficos, dando cuenta de una especificidad del medio como punto de partida. Aquí sí que hay novedad.
Más adelante la pirotecnia pierde contacto con la base narrativa, alcanzando la condición de película meramente formal, sin sustancia. Pero definirla totalmente de esta manera es una equivocación.
Cursi
Este punto es muy discutible. La verdad no he podido entenderlo. Vamos a ver: ¿han visto Diario de una pasión (2004)? Eso sí que es un melodrama efectista, manipulador, empalagoso, fantasía romántica en la orilla opuesta de la complejidad de las relaciones amorosas. El tono de La La Land está muy por debajo de eso, graduado de tal forma que la exacerbación y el artificio “brillan” por su ausencia (sin pasar por alto las incursiones efímeras y próximas a este registro). De hecho, el final se podría tachar de cualquier cosa, menos de convencional en el terreno del cine romántico: los protagonistas no vivieron felices ni comieron perdices. A Chazelle la complacencia lo tiene sin cuidado.
Inspiración barata
La inspiración carga con un estigma. Los libros de superación personal son lo primero que se nos viene a la cabeza, reducto condenado por los eruditos de las letras. En medio de tanta cólera y exabruptos en contra de ella, ¿se nos ha pasado por la cabeza que, probablemente, existe inspiración genuina y de una calidad superlativa? Aquí necesariamente debo compartirles este video: www.youtube.com/watch?v=JdcT2UNNLm4
Dicho esto, ahora sí hablemos de la mala: ¿han visto El Discurso del Rey (2010) o Forrest Gump (1994)? Si no, alístense para una retahíla de secuencias edulcoradas, música enaltecedora a un volumen desproporcionado, que subraya hasta la saciedad las emociones como si fuéramos lo suficientemente estúpidos para no conectarnos con ellas sin trucos baratos.
Al respecto, La La Land es mucho más sensata: alcanza tus sueños, pero despréndete de las ataduras, pues son obstáculos en el camino para lograrlos. ¿O acaso seguimos creyendo (como la mala inspiración) que podemos mantener inalterable nuestro entorno y, de paso, conquistar los más profundos anhelos, con el sacrificio fuera de toda consideración? Esos son cuentos de hadas.
Ese mundo utópico se representa en el último número musical, hallazgo conmovedor y mágico sobre la imposibilidad de una vida color rosa, en oposición a la agridulce realidad de los protagonistas. Ingenioso remate que despeja cualquier escepticismo que se tuviera hasta el momento. De no ser por su aceptación del público promedio, ¿los detractores de la película la habrían criticado con igual ferocidad?, ¿o estarían hablando de obra maestra? El desmarcarse de la masa como vara de medir, por encima del criterio riguroso y justo. Así estamos.
Citas
1. “Simplemente Kane”, sitio web: Tiempo de Cine, disponible en: http://www.tiempodecine.co/web/simplemente-kane/, consulta: 16 de febrero del 2017.
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