Admirador del Papa Francisco, rockero apasionado e hincha furibundo de Necaxa, Juan Villoro es lo que podríamos llamar un intelectual de nuestros tiempos. Escritor, periodista, cuentista infantil, su mejor arma es la palabra.
El hincha
Si en la vida de todos los seres humanos ocurre un suceso que define su destino para siempre, el de Juan Villoro seguro sucedió a distancia, primero a través de la radio y luego por televisión. Corrían los años sesenta y en un convulsionado México un niño de padres recién divorciados y a punto de convertirse en adolescente encontraba un salvavidas en las alocuciones de Ángel Fernández, una celebridad en el mundo del fútbol azteca quien en lugar de contar los partidos “parecía estar narrando la guerra de Troya”.
Allí, en esas citas de domingo, en esos encuentros con un hombre capaz de “convertir la cancha en un pretexto para la metáfora”, está la génesis de uno de los escritores más versátiles de habla hispana en la actualidad: el mexicano Juan Villoro. Él mismo lo confesaría en uno de sus textos, ‘El juego del hombre’, en el que revela que fue Ángel Fernández quien decidió su vocación por la palabra. “El rumbo de una vida puede cambiar con un hombre que grita en un estadio”, escribió. “Y Ángel gritaba como nadie”.
Fueron, pues, esas narraciones las que gestaron no solo su amor por las palabras sino por el fútbol. Villoro es hoy, junto al fallecido Roberto Fontanarrosa, a Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano y Eduardo Sacheri, uno de los escritores que ha logrado con mayor acierto fusionar dos pasiones: las letras y el balón.
‘Dios es redondo, ‘Los once de la tribu’, ‘Vida y muerte de Diego Armando Maradona’ y su más reciente ‘Balón divido’ -presentado durante el pasado mundial de fútbol Brasil 2014-, son apenas una muestra de la vasta obra que este chilango de ascendía española ha producido en torno al tema. Quizás porque entendió que aún más emocionante que el fútbol mismo, resultaba hablar de él. O en su caso, escribirlo.
“Soy aficionado desde niño y a partir de Italia 90 pude escribir sobre un Mundial. Convencí al director de El Nacional de que me enviara porque en ese Mundial había muchos ángulos extradeportivos: el Papa Juan Pablo II era aficionado al fútbol; Madonna se había enamorado de Baggio; La Cicciolina, diputada y actriz porno, hablaba del tema; el partido comunista criticaba la corrupción en la construcción de estadios. Eso me ayudó a convencer que podía escribir ‘notas de color’”, cuenta Villoro a GACETA, tras su visita a Medellín, donde fue uno de los invitados a la entrega del Premio de Periodismo Gabriel García Márquez.
Y es que como aficionado, agrega Villoro, se interesa por lo que pasa en la cancha. (Es hincha de Necaxa en México, y del Barcelona en España). Pero como cronista se interesa además por lo que pasa en las tribunas. “Es fascinante ver cómo la gente delega sus emociones y recupera lo que aún le queda de infancia y tribu en las gradas”.
Y eso es exactamente lo que el lector se encuentra cuando abre las páginas de ‘Balón dividido’, una serie de perfiles, relatos y crónicas que si bien incluyen a figuras como Piqué, Messi o Cristiano Ronaldo -y su inconmensurable narcicismo-, lo que hacen, en realidad, es reflexionar sobre asuntos tan cotidianos como la relación de los padres y sus hijos cuando van al estadio, sobre la fe inquebrantable del hincha ante su equipo a pesar de la inminente derrota, sobre la extraña gestualidad del fanático que lo impulsa a dar puñetazos al aire y soltar alaridos.
Es que para Villoro, lo ha dicho incansablemente, el fútbol es la recuperación de la infancia. Quizá sea esa alta dosis de niño que lleva dentro la que obliga a este escritor a vivir cada mundial con la misma pasión. Brasil 2014 -a pesar del mal desempeño de la selección de su país- no fue la excepción. “De México no se esperaba nada porque había hecho una eliminatoria vergonzosa, pero el nuevo entrenador logró armar un buen equipo que por desgracia se asustó de su propia fuerza y perdió ante Holanda cuando podía ganar”.
Su balance, nos dice, es así: “La gran sorpresa como selección fue Costa Rica. Messi no pudo emular a Pelé o Maradona pero dejó buenas pinceladas. James Rodríguez fue la gran revelación y en sus primeros cuatro partidos Colombia jugó como antes lo hacía Brasil. Los porteros fueron estupendos, al grado de que el mejor jugador del equipo campeón fue Neuer. Fue un Mundial muy superior a los últimos que habíamos visto, aunque al final se desinfló un poco”.
El periodista
Pero limitar al fútbol una conversación con Juan Villoro sería una injusticia. No para él, que podría hablar días enteros sobre el tema, sino para aquellos que admiran otras de sus múltiples facetas: la de cronista, escritor, dramaturgo, cuentista. La de ensayista sobre la vida cotidiana. La de un radiólogo que ausculta la psiquis del hombre moderno.
Pocos como él han logrado retratar el México contemporáneo con esa dosis de ironía y humor que lo caracterizan. Y no solo aquel país que se debate entre los miles de muertos que ha dejado la guerra en su país, con reportajes como ‘La alfombra roja, el imperio del narcotráfico’, que le mereció el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en 2010, sino el de asuntos tan cotidianos como esa población de cinco millones de habitantes que pareciera vivir unos cuantos metros bajo tierra, en el metro del D.F.; como la capa de humo que un día eliminó el azul del cielo capitalino en los dibujos de los niños; como las gorditas de nata que comen los chilangos mientras soportan los embotellamientos vehiculares.
Esa afición por describir las minucias que conforman la vida diaria es, sin duda, uno de los puntos que lo unen inexorablemente a Gabriel García Márquez, con quien lo acercó, además, su doble condición de periodista y escritor. Sobre él vino a hablar a Medellín. En una ovacionada conversación con Marco Schwartz, director del periódico El Heraldo donde Gabo escribió sus primeras columnas, Villoro se refirió a la habilidad del escritor para ver la cotidianidad como algo mágico.
“Los textos costeños de Gabriel García Márquez de 1948 a 1952, escritos en periódicos de Barranquilla y Cartagena deben su sello peculiar a un remedio que escasea en los botiquines del periodismo contemporáneo: la felicidad celebratoria. Desde hace décadas el periodismo latinoamericano se ha especializado en el arte de dar bien malas noticias. Curiosamente las crónicas más festivas de García Márquez fueron escritas en una época de zozobra”, contó.
Ya en ese precioso texto titulado ‘Cuando la madrugada era verdad’, Villoro había exaltado esas cualidades del Nobel, calificando sus textos como “logradas piezas cervantinas”.
¿Con qué parte de Gabo prefiere quedarse?
En especial me interesa el periodista y la forma en que preparó al novelista. El mundo del realismo mágico me es bastante ajeno. En cambio, su manera de entender los misterios de la vida real en los ‘Textos costeños’ me parece admirable y muy estimulante para el tipo de crónicas que escribo. García Márquez es uno de los mejores ejemplos de un periodista de primera fila que es también un consumado novelista. Como su maestro Daniel Defoe, supo aceptar los desafíos y aprovechar los recursos de ambos géneros. No es fácil tener esa versatilidad, pero los ejemplos de García Márquez y Defoe nos estimulan a pensar que es posible tenerla.
Periodistas como Javier DarÍo Restrepo han insistido en lo imprescindible de la ética en el periodismo. ¿América Latina va por buen camino en ese sentido?
No se puede generalizar. Hay pillos que trabajan en los periódicos o son dueños de ellos y auténticos héroes que ejercen el oficio. Por desgracia, los males periódicos siempre son más que los buenos. El periodismo debería responder a la búsqueda de la verdad pero está sujeto a intereses ajenos a él. Toda libertad es relativa y lo que debemos hacer es luchar por ampliar sus márgenes.
Colombia y México han sufrido casi por igual la violencia del narcotráfico y las posteriores bandas criminales que surgen en un entorno de impunidad. ¿Existe en México un discurso contundente desde el periodismo que haga oposición a esa violencia desbordada?
En México estamos pasando por un viraje muy importante -por el que ya pasó Colombia- a partir del Acuerdo de Discreción. De notificar sobre las fechorías de los criminales se está pasando a contar la historia de las víctimas. Esto no es generalizado, pero ya define el trabajo de varios periodistas, generalmente mujeres, como Marcela Turati (que ganó el premio de la FNPI), Daniela Rea y el colectivo Periodistas de a Pie. Para esto, también ha sido muy importante el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad encabezado por el poeta Javier Sicilia.
Periodismo y redes sociales. Cuando le preguntan sobre el tema usted no parece muy entusiasta. Ha dicho que Twitter lo aburre…
Estamos en una fase experimental, ante recursos que aún no sabemos explotar del todo. Las redes aportan velocidad e inmediatez a las noticias, pero también adelgazan y estandarizan la información, en la medida en que todo mundo sabe de inmediato lo que cubren los demás medios y trata de imitarlos para no quedarse fuera de la jugada.
¿Cuáles son esas grandes historias que usted quisiera encontrar en los periódicos hoy y que no ve?
Las que están en mi libro ‘¿Hay vida en la Tierra?’, cien historias contadas por la realidad.
El escritor
Altísimo, barbado, de cabello liso, negro, a primera vista Juan Villoro intimida. Pero al abordarlo te recibe con una sonrisa, con una frase amable. “Sumercé, ¿cómo me le va?”, saluda en su sonsonete mexicano para hacerse el simpático. Y es que contrario a lo que se suele encontrar en un mundillo literario bañado de egos, Villoro resulta ser un tipo cálido sin poses de divo.
Y no es por ausencia de credenciales. No solo publicó seis novelas: ‘El disparo de argón’, ‘Materia dispuesta’, ‘El testigo’, ‘Llamadas a Amsterdam’, y ‘Arrecife’, que han gozado de buenos lectores y mejor crítica, sino decenas de cuentos y -quizá en su faceta menos conocida- libros infantiles que, curioso, se venden más que los de adultos.
Aunque quiso ser médico y terminó estudiando sociología, las letras terminarían atrapándolo luego de haber asistido a un taller literario con el genial Augusto Monterroso.
A ese taller se llegaba por concurso y solo tres estudiantes podían cursarlo. Se realizaba en la biblioteca del crítico Alfonso Reyes y era tan riguroso que muchos terminaban por abandonarlo. No Villoro. Para él sería el comienzo de una vida dedicada a las letras.
Y su trabajo no ha pasado inadvertido. Ha recibido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, por el conjunto de su obra; el Premio Mazatlán de Literatura, por ‘Efectos personales’; el Premio Herralde por ‘El testigo’. Pero quizá la distinción más importante fue la que recibió el año pasado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, una de las más importantes de América: el Homenaje Nacional ‘Fernando Benítez’, por la “riqueza y variedad de su obra como periodista y escritor”.
Quizá tenía razón el fallecido novelista chileno Roberto Bolaño, cuando lo definió como el escritor que no se convirtió en cobarde ni en caníbal.
¿Qué quiso decir Bolaño con esto?
La frase es muy generosa y bastante clara. A él le parecía que un escritor debía ser suficientemente radical para oponerse a lo establecido, pero que no debía ser inútilmente destructivo. Criticar de manera creativa, sin destruir a los demás es una gran virtud. No sé si estoy a la altura de esa frase, pero me gustaría estarlo.
Es casi mítico el grupo de Barcelona que usted conformó con Vila-Matas, Bolaño y Jorge Herralde…
A Roberto lo conocí en México, cuando yo tenía 16 años y él 19. Nos dejamos de ver mucho tiempo porque él se fue de mi país y retomamos la amistad en 1996. Fuimos muy amigos hasta el 2003, año de su muerte. Yo vivía entonces en Barcelona y eso facilitó la cercanía. Con Vila-Matas, Herralde, Martínez de Pisón y otros amigos nos veíamos todos los viernes en el restaurante Can Masana y luego seguíamos hasta la madrugada. Eso prosperó hasta que Enrique cambió de editorial, hace unos cinco años.
Buena parte de sus investigaciones y ensayos literarios giran en torno a ‘El Quijote’. ¿Ha sido una obra fundamental para usted?
Escribí un largo ensayo sobre el Quijote en mi libro ‘De eso se trata’. La novela es inagotable, representa el nacimiento de la narrativa moderna pero también de la metanarrativa, porque se discute a sí misma. En especial, me ha interesado la idea de frontera en el Quijote, en un sentido geográfico, porque es una ‘road novel’, multicultural, porque supuestamente fue escrita por un árabe y plantea numerosos encuentros con personas de otras culturas, y, sobre todo, en un sentido literario, porque es la mejor demostración de cómo la realidad se convierte en literatura y la literatura en realidad.
¿Qué lee hoy Juan Villoro?
Acabo de leer ‘Plegaria por un Papa envenenado', de Evelio Rosero, por el autor y porque el tema de las intrigas del Vaticano me apasiona. Estoy leyendo un libro de budismo para entender mejor unos apuntes que dejó mi padre y estoy repasando los apuntes de Chéjov. En fin, una mezcolanza de curiosidades.
A propósito de su padre, el filósofo Luis Villoro, cuéntenos del libro que se va a publicar próximamente sobre el movimiento zapatista…
Es el último libro que escribió. Se llama ‘La alternativa’ y es una reflexión sobre la democracia directa que se ejerce en las comunidades zapatistas, muy distinta de la democracia representativa que caracteriza nuestras sociedades. Normalmente, los ciudadanos son poderosos el día en que votan y luego son "representados" por políticos que se olvidan de ellos. Los zapatistas diseñaron una participación mucho más directa en sus Juntas de Buen Gobierno. La segunda parte de ese libro es una correspondencia con el Subcomandante Marcos en la que ambos discuten el tema de Chiapas a la luz de los sucesos nacionales.
¿La influencia de un filósofo marca la vida de un escritor?
Un escritor tiene como horizonte básico su familia, la pequeña tribu en la que creció. Obviamente, el carácter y el oficio de mi padre me marcaron mucho. Escribí una obra de teatro sobre ese ambiente, ‘El filósofo declara’.
Si tuviera que escoger un libro ¿cuál sería?
'Lolita', de Nabokov.
Un escritor mexicano...
Juan Rulfo.
Y un escritor latinoamericano...
Borges.
Y si tuviera que escoger un futbolista, ¿cuál es su favorito?
Escogería a Maradona.
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