En junio del año pasado, José Arias Arce, un suboficial de la Policía nacido en Armenia (Quindío) tuvo la oportunidad de conocer personalmente a Gabriel García Márquez en su casa de Cartagena.
Con nostalgia recordó el día en que conoció al 'maestro', al enterarse, como todos los demás, de su reciente muerte. Arias, quien actualmente se encuentra en Haití con los cascos azules de las Naciones Unidas, nos compartió el relato de su experiencia:
"Con el sudor en la frente por los fuertes latidos del corazón, subí unas escaleras holgazanas. A pocos metros de aquel corredor, el anuncio silencioso de la ama de llaves me gritó: ¡Siga que el maestro lo espera!. Mis manos torpes no encontraban la entrada porque mi necia mirada no dejaba de reflejar una alegría que con malicia se escondía en mi cara; y ahí sentado, con sus manos entrelazadas, me miró y me estiró su blanca y pecosa mano - Don Gabriel, es un gusto saludarlo - sólo asintió con su cabeza y su mano en mi hombro descansó por algunos segundos - Le traje esta nota. ¿Se la leo?
"Don Gabriel: Que sea Dios, quien le dio la luz a su espíritu, quien le dio esencia a su vida, que es el que le dio amor e imaginación a sus ojos, y es quien le da fortaleza gigantesca a su alma indestructible e intacta sobre la faz de la tierra. Que el Todopoderoso y Remedios la Bella lo bendigan por siempre desde el cielo… atte José Arias Arce”…
No contestó, pero al arrebatármela y abrirla, lógicamente sabía ya su respuesta. Escudriñó en el bolsillo blanco de la guayabera las gafas que podrían ser apreciadas con tanta elegancia (es que esos ojos a mitad dormidos, debían de ser protegidos por el blindaje de un lente). Guardó silencio y murmuró: “Gracias, José Arias”. Supo mi nombre porque lo decía la nota (lógicamente).
Me senté por algunos minutos a su lado mientras algunos espías registraban en imágenes esa perpetua escena. En una que otra pregunta se embolataba mi admiración, en movimientos de sus manos, como un nieto con su abuelo, como el ser más afortunado del mundo al poder compartir ese instante de 100 años con Gabriel José de la Concordia García Márquez, ese viejo literato que cumple años un día antes que yo. Así quisiera terminar mi libro, como esas tardes en la “Cima".
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